Slow food
Probablemente hayas oído hablar del slow food, «comer despacio», pues es un concepto que está muy de moda. Frente a las prisas, a la comida basura -o fast food-, a la universalización de los platos, en 1989 surge el movimiento slow food que aboga justo por lo contrario, por una vuelta a la manera tradicional -más sana y natural– de comer. Y cómo símbolo, un lento -pero feliz- caracol.
Si bien pecan a veces de cierto bucolismo reaccionario – parece que todos debiésemos tener un huerto en el jardín- lo cierto es que defiende la vuelta a una forma sana de alimentación, que, como todos sabemos, se está perdiendo. Y es que la mayoría de nosotros comíamos mejor en nuestra infancia de lo que ahora comen nuestros hijos. Tirar de precocinados para acabar antes, olvidar preceptos básicos de la dieta mediterránea o comer en un McDonals cuando nos vamos al extranjero son realidades que todos podemos reconocer y que no nos permiten disfrutar los placeres culinarios de una forma consciente y saludable.
¿Qué nos propone el movimiento slow food al respecto?
Se basa en tres pilares fundamentales: educar el gusto, apoyar a los pequeños productores y buscar el desarrollo de la biodiversidad autóctona.
Así, para educar el gusto hay que ser consciente de los placeres que nos producen los alimentos. Buscando productos sabrosos por sí mismos -naturales- e interesándonos por la forma de cocinado y por el origen de ese plato. Además, prestando especial atención a los productos típicos de una región y al modo tradicional de cocinarlos. Eso no quiere decir que no se pueda innovar en la cocina, pero sí que se debe valorar los productos y las técnicas culinarias antiguas antes de modificarlas.
Los pequeños productores no aseguran la «no artificialidad» de un producto, pero al menos permiten introducir la artesanía y la cercanía en la compra diaria.
Por último, abogan por métodos de trabajo de bajo impacto medioambiental, permitiendo un desarrollo sostenible de la agricultura y evitando la extinción de las materias primas, modos de cultivo y transformación propias de una determinada zona.
Pero es que además, desde un punto de vista práctico, volver a «comer despacio» permite un mejor equilibrio nutricional, al elegir con cabeza y paladar el menú, y, sobre todo, nos aleja de los fantasmas de hábitos alimentarios dañinos como comer en restaurantes de comida rápida o abusar de los productos industriales. Es la mejor opción para tu salud.
¿Aprovechamos las enseñanzas del movimiento slow food?
Vía: Consumer y Slow Food España